Para un perfecto desarrollo psicoespiritual del ser humano se debe enfrentar la sombra psicológica. La sombra psicológica es el lado opuesto de la imagen que mostramos al mundo, es nuestro extremo oculto y está constituida por lo que no ha entrado en la conciencia de forma adecuada. Todo aquello que asimilamos subliminalmente, rechazamos o reprimimos puede ser la base que forme nuestra sombra, aunque no siempre es todo lo que consideramos como malo o negativo lo que en ella se deposita. Al no ser percibida por el ego consciente, la sombra es considerada como algo ajeno a la persona y cuando aparece en nuestros sueños, pensamientos o reflejada en la vida cotidiana nos provoca una intensa reacción. Como observó C. G. Jung, cuando emerge la sombra en la consciencia se convierte en algo espantoso y un miedo atávico se apodera de la mente por sorpresa.

En la sombra existe también una gran cantidad de cualidades positivas, pero éstas permanecen escondidas para nuestro ego controlador. Generalmente ocurre que, cuanto más virtuoso quiere ser nuestro ego, mayor sombra almacena en su interior volviéndose en consecuencia más extremados los polos contenidos en la psique. Rechazar o ignorar nuestro lado oscuro, en realidad implica alimentarlo desmesuradamente. El mal humor, la depresión, la ansiedad, las adicciones, el pesimismo o la ira son manifestaciones de la sombra que emerge hacia el mundo exterior. Para no tener que asumir la responsabilidad sobre ella, en la mayoría de las ocasiones la sombra es proyectada sobre algo o alguien del mundo exterior, dado que nos resulta más fácil y cómodo proyectar externamente que integrar internamente.

 

La sombra relegada en el inconsciente

Cada vez que accedemos al inconsciente nos encontraremos con el polo opuesto de algún aspecto nuestro, que el ego experimenta con gran intensidad en forma de una confrontación, una herida, una pérdida o incluso una muerte. Nuestro petrificado ego se resiste siempre a los cambios, a abandonar su posición fija para integrar dinámicamente el polo opuesto correspondiente, encontrando siempre resistencias y motivos para no seguir hacia delante y fluir en una continua evolución de la conciencia. El ego prefiere la seguridad de lo que conoce a la asimilación de lo desconocido; pero el hecho es que si no cambiamos no crecemos. Fluir armoniosamente sincronizados con el universo nos dota de un «sentido de la vida» que avanza en una dirección concreta y permite evolucionar hacia la totalidad del ser. Cuando nos desviamos de dicha dirección perdemos el sentido de la vida, y la sombra aparece como un terrorífico pozo o el indeseable monstruo que nos obliga a reorientarnos. Esta falta de orientación o sentido en la vida juega un papel fundamental en las neurosis, que Jung define como «el sufrimiento de un alma que no ha descubierto su sentido».

El hecho es que desde lo más profundo del inconsciente nuestras fuerzas arquetípicas nos empujan constantemente al cambio, y si nos resistimos, sufriremos. Adentrarnos en ese mundo inconsciente aparentemente oscuro y desconocido es avanzar hacia la luz en pos del equilibrio y la armonía total. Pero antes de alcanzar los aspectos más luminosos es necesario enfrentarse a los aspectos más oscuros de nuestro interior que configuran la sombra, y eso es algo que nos causa un gran terror; no en vano, este oscuro mundo interior se encuentra más allá de nuestra comprensión racional.

 

La sombra, mensajera de la luz

La realidad se presenta como una paradoja constante donde confluyen todas las polaridades posibles; la vida en ese sentido no es blanca ni negra, buena ni mala, sino la interacción simultánea de todos los elementos donde la unión de los polos opuestos, la paradoja, es el aspecto creativo que hace que el universo fluya y exista eternamente.

La integración de la sombra es pues una paradoja, la correcta integración del monstruo o dragón que habita en cada uno de nosotros es un acto creativo que nos empuja a crecer y nos invita a dar un paso hacia la luz del espíritu. Desde este punto de vista podemos ver que la sombra se convierte en portadora de la luz, es el terrible dragón mitológico que guarda un tesoro oculto: la respuesta a la eterna incógnita de quiénes somos realmente y de dónde venimos.

La confrontación con nuestra sombra es una necesidad humana que se ha visto reflejada en los mitos y leyendas de todos los pueblos y culturas de todas las épocas. Todo cambio hacia una evolución empieza en las oscuras y desconocidas profundidades de la psique y las diferentes mitologías son representaciones simbólicas o alegóricas de las fases y niveles del camino evolutivo.
Es entonces cuando comprendemos mejor el mito de Lucifer, el Ángel caído, que, como su nombre indica, es el portador de la luz (Luz-Bel). Las experiencias místicas, el éxtasis o el trance constituyen estados paradójicos de la conciencia, oportunidades para experimentar la evolución y sincronizarnos con la vida en su continua expansión en el universo, una ocasión única para conocer y reintegrar la sombra que, al fin y al cabo, es también un producto de la luz.

JOSÉ LUIS LÓPEZ DELGADO

 

 

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